Excuses and Nurses/ Excusas y enfermeros

Well, my original plan was to send a message at least once a month. I have fallen a long way short of that. My first lame excuse is the drugs. It’s an awkward reality that the drugs that help to minimise spasms tend to send me to sleep. This has led to some hilarious mornings for the staff when I finally wake, surprised to have been showered, shaved and dressed with only the vaguest memory of the morning. My second lame excuse is that the hospital day really is quite busy when, in addition to all the usual stuff, you throw in an hour of stretching and an hour to get on and off the tilt table and a decent amount of time to allow my body parts to remember where they really should be in relation to each other. (The tilt table is exactly what it says – a table to which I am strapped which is tilted up to the point I start to pass out, normally about 45 degrees). Everything just takes longer even when I have someone to feed me my porridge. I have just switched anti-spasm drugs which now leaves me with a choice: drowsiness versus constantly feeling cold irrespective of my actual body temperature. It seems that every drug therapy comes along with inconvenient side effects. My future carers have now been training for 3 months paving the way for me to head home to Edinburgh. This has also filled up my days with them learning how to move me, manage my ventilation and other needs. Tweaks to my drugs or misbehaving bowels have also cost me days in bed.
And now for some good news. Barring mishaps it does now look as if I should be able to get home later today. Yahoo. It is now more than two months past the anniversary of my arrival at the spinal injuries unit here in Glasgow. Although there is plenty to fill in between my arrival at the hospital and today, as my care passes from the nursing staff to a permanent care team, it would be good to talk about the nursing staff whilst they are so fresh in my memory. These days hospital care is led by nurses. Of course, I see my wonderful doctors from time to time, but for long stay patients like me, the main day to day contact is with the nursing staff. Unlike any other relationship I can think of, you can form close relationships which all come to an abrupt end when you leave hospital. Doctors are (sensibly) wary of growing fond of their patients. Nurses often can’t help it. Here in Glasgow, most of the nurses live locally and retain the sense of humour that is characteristic of the city (think of Billy Connolly). You hear a lot more banter and laughter here than mumping and moaning. On the face of it, they all look different – huge men with laughs that boom around the wards; men you would pick for a basketball team; men quietly padding around at night just getting on with the job; tiny women cartwheeling into the wards to give lessons on how to speak the proper local dialect; nurses who might seem completely bonkers but know their job inside out; bubbling blondes; statuesque young women who seem to float around the ward; beautifully crafted eyebrows; tiny, ruthlessly efficient nurses one step ahead of everyone else who know the location of every item in my wardrobe; singing nurses; giggling students; giggling nurse with enema in hand; quietly efficient admin; mother superior capable of materialising anywhere at any time and when least expected; perfectionists jumpy when all pillowcases are not facing the same way; pale and skinny doggedly sticking to a West Coast heart attack diet; nurses who only come out at night and quietly do the job without any fuss; scrubbing my face so it’s better cared for than ever before; scary -looking men with armfuls of tattoos; all kind, caring people willing to hold your hand at 3 AM when struggling for a proper breath; humming nurses; singing nurses; laughs that carry the length of the building; bluenoses, Bhoys, even a few Saints; all capable of listening to three conversations taking place in the room at the same time.
Thank you all so much for your care and attention over the last year. I will miss you all.
(To be continued).

Excusas y enfermeros

Bueno, mi plan original era escribir una entrada al menos una vez al mes, pero me quedé muy corto con esta previsión. La primera excusa poco convincente que se me ocurre es que depende de los medicamentos.
Es una realidad desconcertante que los fármacos que me ayudan a reducir al mínimo los espasmos tienden a hacerme dormir. Algunas mañanas esto ha provocado una gran diversión para el personal porque cuando finalmente me despierto estoy sorprendido de que alguien me haya duchado, afeitado y no tengo ni el más vago recuerdo de lo que pasó durante la mañana.
Mi segunda excusa, siempre poco convincente, es que el día en el hospital es realmente muy ajetreado cuando, además de todas las cosas usuales, se añade una hora de estiramientos y una hora para subir y bajar de la mesa inclinada, lo que se suma a una cantidad decente de tiempo para permitir que las partes de mi cuerpo recuerden dónde deberían estar realmente en relación con las demás.
(La mesa inclinada es exactamente eso: una mesa a la que estoy atado y que se inclina hasta el punto en que empiezo a desmayarme, por lo general a unos 45 grados). Necesito más tiempo para todo, incluso cuando alguien me ayuda a comer mi porridge.
Acabo de cambiar los medicamentos antiespasmódicos, lo que ahora me deja la posibilidad de elegir: la somnolencia o la sensación de sentir un frío constante, independientemente de la temperatura real de mi cuerpo. Parece que cada terapia farmacológica está acompañada por efectos secundarios molestos.
Mis futuros cuidadores se están entrenando desde hace tres meses para preparar mi regreso a casa, en Edimburgo. Esto también ha llenado mis días, con ellos que aprenden cómo moverme, cómo manejar mi ventilación y afrontar otras necesidades. También los problemas con los medicamentos o la mala conducta de mis intestinos me costaron días en cama.
Y ahora algunas buenas noticias. A menos que haya algún contratiempo, parece que hoy, más tarde, podré volver a casa. ¡Hurra!. Pasaron más de dos meses del aniversario de mi llegada a la unidad de lesiones espinales aquí en Glasgow.
Aunque habría mucho que contar desde el día en que llegué al hospital hasta hoy, ahora que los cuidados están pasando del personal hospitalario a un equipo de cuidados permanentes, sería oportuno hablar del personal de enfermería, precisamente ahora que conservo frescos los recuerdos en mi memoria. Hoy en día son los enfermeros que dirigen la asistencia en los hospitales.
Por supuesto, veo a mis maravillosos médicos de vez en cuando, pero para los pacientes de larga estancia como yo, el principal contacto diario es con las enfermeras y enfermeros. A diferencia de cualquier otra relación que recuerde, se pueden instaurar contactos muy entrañables que terminan abruptamente cuando se abandona el hospital.
Los doctores, con razón, son cautos en encariñarse con sus pacientes. Los enfermeros a menudo no pueden evitarlo. Aquí en Glasgow, la mayoría del personal vive aquí y conserva el sentido del humor característico de la ciudad (piense en Billy Connolly). Aquí se oyen muchas más bromas y risas que habladurías y quejas.
A primera vista, todos tienen un aspecto diferente: hombres enormes que hacen retumbar los pabellones con sus risas; hombres que elegirías para jugar en un equipo de baloncesto; hombres que durante la noche se mueven en puntas de pie, simplemente haciendo su trabajo; mujeres menudas y chispeantes que circulan entre los pabellones dando lecciones sobre cómo hablar el dialecto local más apropiado; enfermeras que podrían parecer completamente desquiciadas pero que conocen su trabajo a la perfección;
rubias burbujeantes; jóvenes estatuarias que parecen flotar por la sala; cejas bien delineadas; enfermeras diminutas y despiadadamente eficientes que van un paso por delante de todos aquellos que conocen la ubicación de cada objeto de mi armario; enfermeras cantantes;
estudiantes risueñas; enfermeras sonrientes con un enema en la mano; administradora silenciosa y eficiente; madre superiora capaz de materializarse en cualquier lugar y en el momento menos esperado; perfeccionistas nerviosos cuando todas las fundas de las almohadas no están orientadas en la misma dirección; pálidas y flacas que se aferran tenazmente a una dieta de infarto en boga en la Costa Oeste;
enfermeras que sólo salen por la noche y hacen su trabajo en silencio sin crear alboroto; me lavan la cara para que esté mejor cuidado que nunca; hombres de aspecto aterrador con brazos repletos de tatuajes; personas amables y bondadosas dispuestas a tenerte la mano a las 3 de la madrugada cuando luchas por respirar bien;
enfermeras que tararean; enfermeras que cantan; risas que se extienden a lo largo del edificio; algunos hinchas del Rangers (bluenoses) y del Celtic (Bhoys), los equipos de fútbol de Glasgow, incluso algunos santos; todos capaces de escuchar contemporáneamente tres conversaciones distintas en la misma habitación.

¡Muchas gracias a todos por el cuidado y atención que me brindaron durante el último año! Los extrañaré a todos.

(Continúa).

2 thoughts on “Excuses and Nurses/ Excusas y enfermeros”

  1. I LOVE the ambiguity where you don't make it clear whether you prefer the statuesque young women or the scary-looking men with armsfuls of tattoos… or maybe you're telling us well all need both in our lives? 🙂

    So glad you're home, John. All our love x

  2. Most of the male nurses combined Glaswegian scariness with an extraordinary level of compassion and care. Of course, you can't help falling a little bit in love With all the girls! 🙂

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